domingo, 13 de noviembre de 2011 in

EL Picuezo y la Picueza

EL Picuezo y la Picueza

 
El Picuezo y la Picueza son mucho más que el Cidacos, río que los humedece, erosiona y cincela, también mucho más que Autol, si bien el pueblo ha sido suficiente para justificar el viaje y bastante más que el típico pueblo de los “catones”, descendientes de aquella Catonia romana, pero tengo que admitir  que, solamente por todo esto, ya se eleva a una calidad que encontraremos en pocos lugares.

Allí, hoy día de San Martín y después de fotografiar una de las pocas casetas de camineros, de las que otro día hablará La Medusa, que permanecen sin derruir en la geografía riojana, nos presentamos y nada más llegar a la ribera del rio Cidacos una lugareña recibe a los viajeros para saludarnos e informarnos sobre lo que cuenta la leyenda.

Es cierto que todas las leyendas cuentan algo. Es cierto que las costumbres de los pueblos, en casi todos los casos, están fundamentadas y construidas sobre leyendas y es de sobresaliente cum laude que han sido edificadas, adoradas y transmitidas desde tiempos neolíticos.

Y la leyenda catona cuenta: “que el Señor del Castillo poseía una viña muy especial, que daba exquisitas uvas, que alguien estaba robando. Una noche, el guarda sorprendió a una pareja que ocultaba algo en una cesta; les pidió que lo mostraran, sospechando que eran uvas, a lo que la pareja se negó y tentó al diablo diciendo: “Que nos volvamos piedra, si son uvas lo que aquí llevamos”.

Toda leyenda tiene su maldición. Ésta, no podía ser de otra manera, también cayó sobre ellos estigmatizándolos por mentir, eran uvas del Señor lo que ocultaban. Sea cual fuere la causa de su conversión en piedra, esta pareja de enamorados, así los vimos, sigue guardándose eterno amor y nocturnos paseantes trasnochadores los han sorprendido, en ocasiones, susurrando suaves palabras de amor. ¿O quizás es el viento?

Y allí, ante la vista de los viajeros, se nos mostraron como joyas de la naturaleza, como mágicos cinceles que el tiempo, en su labor de siglos, esculpió. Diré que a los viajeros nos parecieron más guardianes protectores que otro tipo de invenciones mágicas de esos lugareños con excesiva inventiva. 


Ellos no pueden ni nada nos dicen, son y están mudos al pie del castillo de su Señor y a orillas de ese seco y pedregoso Cidacos que, naciendo en Soria junto al puerto de Oncala y muy cerca de la que llaman “fuente del Celemín”, muere en el Ebro a los pies de la catedral calagurritana y por el que, otra leyenda, dicen se prodigaban, nadando hacia Arnedo, Cosme y Damián, los santos médicos.

Estamos ante dos monumentos destacados, estamos ante un par de mozos que se han encontrado los viajeros asomándose a la mirilla del castillo, ahí están ellos,  genuinamente "Catones", son el Picuezo y la Picueza.

Son enormes, monolíticos, arcillosos. Tienen forma de personas. Me cuentan que el mozo mide unos 40 metros de altura y 28 metros la hembra Picueza, de cintura no me dicen nada. El viajero piensa que esa medida la dieron cuando los tallaron para ir a la mili, bueno, eso al Picuezo porque la otra no pasó por ese trance, no se estilaba. 

Es cierto que los hemos visto con buen color y eso que, al ser temprano, no se habían maquillado, un tanto erosionados, como queriendo ser gigantes de piedra y aguantando el sufrimiento que los elementos hacen que todavía evolucionen en su modelado y esculpido.  

Intentamos que la lugareña nos explicara por qué los llaman de esa original manera. Se quedó igualmente muda como ellos. Nadie lo sabe, nadie conoce su origen o quién les dio esos nombres tan extraños. Lo cierto es que la erosión les dio esa forma de hombre y mujer o como nos explicó la nativa de "frailes capuchinos", dependiendo de los ojos con los que se miren. De todas formas ahí están sus nombres, sugerentemente sonoros y sonoramente melódicos.

En tiempos, año 1922, fueron y sirvieron como banco de entrenamiento de los escaladores, primero lo intentaron con el  de mayor tamaño y varón, posteriormente lo hicieron con los 28 metros de la hembra Picueza. Hoy esto no se toleraría. 


Al despedirnos, mientras contemplábamos a un conjunto de “picuecillos” situados enfrente de estos su dos mayores, nos comentaron una segunda leyenda que nada tiene que ver con el hurto de las uvas en la viña del Señor y sí con la que narra esa otra segunda: “Un matrimonio recorriendo el camino entre Quel y Calahorra y, llegados a un alto próximo a Autol, se detuvieron a comer una torta. Por allí pasó una humilde señora que les pidió un trozo de su torta para comer a lo que el matrimonio contestó que preferirían convertirse en piedra que compartir la torta con ella. Se dice que esa mujer era la Virgen Santísima decidiendo cumplir su deseo”. Por lo que hemos visto y fotografiado, así debió ser.

 Catón es el gentilicio con el que se conoce a los autoleños.

Fotografías y texto del archivo de La Medusa Paca. Copyright ©

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