viernes, 27 de enero de 2012 in

LAS RUTAS DEL ALMA

LAS RUTAS DEL ALMA

Ayer estuve en Sesma municipio de la Comunidad Foral de Navarra de 1270 almas, situado en la Ribera Alta del Ebro en el que, en tiempos de Director del Instituto Pablo Sarasate, tuve y sigo teniendo gran aprecio. En el escaso tiempo en el que permanecí en él saludé a ex alumnos y ex profesores, y en esas estábamos, cuando se me acercó Goyo invitándome a recorrer en moto la Ruta Jacobea. Me negué rotundamente. No tengo moto, ni ganas, estamos en pleno invierno, mi edad me lo desaconseja y, además, la moto no es vehículo autorizado para conseguir La Compostelana.

Volviendo de mi viaje sesmero experimenté cierta sensación nostálgica recordando aquel tiempo en el que la religión tenía sus mapas y rutas, en que caminando por la tierra el hombre creía que se iba acercando al Cielo; cuando los caballeros o peregrinaban hasta Santiago y los Santos Lugares, o se alistaban en una cruzada para devolver éstos a manos de la Cristiandad.

Aquellas rutas se hacían a pie o se hacían a caballo, ahora también las realizan en bicicleta, aunque éstas solo son para el verano. La moto me parece un híbrido ortopédico entre esas dos nobles y clásicas posibilidades que no he dudado en desechar. No es ni una cosa ni otra, ni nos permite el sueño épico del cruzado ni la deportividad penitente del romero.

La aventura espiritual entre los siglos XI y XV era también espacial. Cruzada y peregrinación conformaban las dos caras de una misma moneda, de una misma geográfica concepción religiosa, de la experiencia trascendente vivida como hazaña física.

He sentido la nostalgia de la capacidad de entusiasmo y de exaltación de Ramón Llull, que es el místico por antonomasia de la caballería medieval española, el hombre que recorrió Europa, Asia, y África convenciendo a nobles y a monarcas de la necesidad de organizar una tercera y gran cruzada que no fue entonces posible. Como si quisiera defenderse de la futura sátira de Cervantes, no dejó de insistir en la cordura como requisito indispensable del buen caballero andante. Ya entonces intuía un enemigo mayor que el turco infiel avanzando contra sus ideales: la ironía del mundo moderno llama locos a los caballeros de la Cruz.

Imaginé al ilustre autor del Libro de la Orden de Caballería tratando de embarcar a los poderosos de su tiempo en sus arriesgadas empresas. Dicen los historiadores que su vehemencia creaba recelos en las cortes europeas, tachándole a él mismo de loco. Y es que Ramón Llull se equivocó de siglo.

El mundo moderno comenzaría tres siglos más tarde con la flagrante ironización sobre el héroe y sobre la aventura que inflamaban el espíritu de Llull. O sea, con el Hidalgo de la mancha, precisamente. La propia historia de la novela, de la modernidad, ha sido una progresiva reducción del espacio para la aventura como nos explica Milán Kundera en uno de sus ensayos. Citando precisamente al Quijote, que aún tenía el mundo para recorrer, el autor checo nos lleva hasta los personajes kafkianos cercados por excelencia.

De igual manera pensé que, a esta altura del camino, se me ha reducido el espacio para la aventura novelesca y para la aventura religiosa. Ni tampoco estoy para simulacros por más que a lo largo de esa ruta queden bosques en los que extraviarme, riachuelos en los que enfangarme o pajares donde poder dormir y contraer de paso una infección cutánea.

En realidad las peregrinaciones siempre fueron un anacronismo. Ya en la época medieval existía una imprenta afincada en Logroño, de Arnao Guillén de Brocar, en la que se imprimían folletos con las indulgencias que habían de repartirse en la ciudad de Santiago a los peregrinos. Ya entonces el senderismo santiaguista había perdido su inocencia, como si en esa imprenta se hubiera colado la mentalidad pragmática del siglo XX. En Arnao Guillén de Brocar S.A. encontramos el gran antecedente de los kioscos postales, recordatorios, rosarios y demás parafernalia que compone el negocio pseudorreligioso de las catedrales y basílicas modernas.

Al escritor y al hombre de hoy ya sólo le está permitido el viaje interior. Al creyente le queda la cruzada y la peregrinación introspectivas, aunque no tenga la vieja recompensa de las indulgencias; le queda esa aventura caballeresca de defender la honorabilidad de alguien, o de decir la verdad en un mundo en el que no se estila, aunque corra el peligro- como todo caballero- de topar con la mirada irónica de los nobles de la época de Llull, y aunque pueda ser tachado de quijote.


Texto y Fotografías La Medusa Paca. Copyright ©

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