jueves, 25 de octubre de 2012 in

El faro, el farero, la tormenta, el viento, la mar….



El faro, el farero, la tormenta, el viento, la mar….



“... Y ya estarán los esteros
rezumando azul de mar.
¡Dejadme ser, salineros,
granito del salinar!
¡Qué bien, a la madrugada,
correr en las vagonetas,
llenas de nieve salada,
hacia las blancas casetas!
¡Dejo de ser marinero,
madre, por ser salinero!”
(R. Alberti)

Intuyen los viajeros, hay que explicárselo a Marcos que hoy visita un faro por vez primera, que antes, cuando pasaba algo en torno a Palos y sus Hormigas, islas chicas, los escasos habitantes encenderían una hoguera para que se supiera desde Las Encañizadas, los pueblos y hombres de campo y de mar de Los Alcázares, San Javier y San Pedro del Pinatar, hasta la sierra de las Victorias y cabezos del Pericón, sierra de la Fausilla y los cercanos Calblanque y Monte de las cenizas que en aquel paraje donde a veces tan sólo estaba el Farero, pasaba algo grave.
Eso pudo suceder hace miles de años; luego vino el faro, el teléfono, y ahora los teléfonos móviles, antorchas perfectamente engrasadas para comunicar Palos con el mundo. Pero Palos y su faro siguen siendo otro mundo.

En este otro mundo ya no está el Farero, ni los profesores de fareros, ni los alumnos a fareros. Allá arriba solo queda el Faro, enhiesto, alumbrando las noches de los barcos, no con el silencio de aquel Farero, ni de ningún hombre, sino con silencio de plástico y de clavijas, además el faro es automático.

Desde la plataforma y balconada del faro, batida hoy por viento de poniente, el nietecillo y los viajeros se acicalan para divisar las playas que flanquean el cabo y entre dunas y arbustos semienterrados en arena dudan entre tomar la carretera o la senda que les lleve a la casa del farero, dejando a sus espaldas las breñas y restos de aquel bosque de pinos que fue. Enfrente, el mar, el azul encendido del mar en otoño.


Son las últimas horas de la tarde y hasta las aguas salitrosas del cercano Mar Menor pueden estar cociéndose de calor. Aquí el viento convierte la caída de la tarde en una delicia. Los viajeros no desean perderse el crepúsculo, en el que un sol rojo redondo como un globo se hunde en un mar rosa y malva. Y ahí está el Faro y el Farero imaginario, ese que, en algún momento, hasta pudo quejarse de su hartazgo de ver el mar, aunque luego, al marcharse, lo echase de menos.

Una carretera asfaltada de unos 300 metros, cerrada para vehículos, conduce a los viajeros hasta la plataforma del Faro, que hay que ganársela a pie. Un obstáculo para los viajeros pero una gran oportunidad para disfrutar de los paisajes urbanísticos de esa franja de tierra, bella en sus inicios naturales y herida e invadida en estos tiempos.

Una estrecha senda y sus correspondientes escalinatas permiten a los viajeros llegar a este punto geográfico. El cabo, desde su altura, nos transmite una sensación poderosa y extraña a la vez, con amenazadoras rocas de color marrón y negro y esas calitas que emergen del agua como guardiamarinas del faro, siempre batidas por el oleaje, donde suelen faenar los pescadores.           


El faro es elemento literario y misterioso de este paisaje costero, emergiendo, con su silueta espigada, como un sol en miniatura que ilumina navegaciones inciertas en este lugar agreste y hoy no solitario del litoral. El faro, el farero, la tormenta, el viento, la mar….  Palabras bellas que incitan a soñar. ¡Acérquense! para sentir la sensación de lejanía magnificada por la presencia, cuando azota, del viento levantino o de poniente y oler el mar, también en otoño, entre cálidos y luminosos acantilados, rocas negras, volcánicas y calas desnudas: Cala Roja, Cala de Levante o Cala del Faro, esa que alumbra La Manga del Mar Menor o Cala Hierro, mirador privilegiado y enclave perfecto para baños secretos en compañía de su roca enrevesada y la vigilante Isla Grosa a lo lejos.

Para la Medusa, Palos es el Faro, su Faro, el más emblemático de todos los que conoce, luminaria de la esquina más bella colocada entre dos mares; fanal costero con historia a sus espaldas y, también, por asunto de naufragios, lugar traicionero, hermoso y cruel; punto estratégico del sureste peninsular; vigilante y guardián de toda una reserva llena de tesoros vivos y avisador a los barcos de que allí se mira pero no se toca. Construido en 1865 para dirigir el tráfico marítimo, también fue utilizado como escuela de fareros en su voluminoso primer cuerpo.  Linterna levantada 50 metros del suelo paliando la escasa altura del farallón rocoso, final de una serie de cabezos volcánicos, sobre el que se asienta. Y frente a él, emergiendo como cordón umbilical, las islas Hormigas: refugio practico del submarinismo, cementerio de barcos y tragedias, colonia de corales jugando al escondite en un mar que ya casi se olvidó de ellas y barrio en el subsuelo del agua donde las esponjas, erizos, cabrillas, lisas, salmonetes, gambas, langostas y meros hacen su vida.


Plinio el Viejo, refiriéndose a Cabo de Palos, dejó escrito que: “sobre el cabo hubo un templo consagrado a Saturno para honrarlo y contemplar el Mediterráneo”. Ahora entendemos que, todo en el Faro y en Cabo de Palos, es adictivo. Ahí lo dejamos para, al descender, encontrarnos con la esencia de una villa de pescadores que nos estaban esperando con una serie de delicias sacadas de las entrañas de ese querido mar.

Texto y fotografías de La Medusa Paca. Copyright ©

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