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domingo, 30 de diciembre de 2012 in

La casona



La casona


Aquella mañana me levanté pensando en esa casa, esa casona que ahora no tiene vida,  ni propia, ni ajena; antes la tuvo y también jolgorio y chanza, alboroto y algarabía, jaleo, desmadre y hasta gresca. Eso fue ayer. Hoy amanecí fabulando que las casas y las cosas no saben estar sin nosotros.

La casona en invierno, cuando regrese, si es que lo hago, estará en una suerte de estado de hibernación igual que el de una osa en su osera o ese murciélago que alguna vez me asustó en las recuevas de la bodega o por el corral por donde ponían las gallinas. Quiero hacer un gran esfuerzo para devolverle la vida como si tuviera que mover el mundo para acelerar la llegada de la primavera. Porque todo, excepto lo que está vivo, como esa parra que ha florecido y dado uvas mientras yo no estaba, o ese ratón, correteando por la cocina, que se comió las pastillas del jabón del lavaplatos, está medio moribundo, que hasta la vajilla hay que lavarla entera porque tiene sobre la loza y el cristal el vaho de la ausencia, que es el respirar de la soledad cuando la casa está cerrada.

He soñado enchufar la calefacción y no funciona. No tiene presión. Intento abrir la llave del agua y tampoco hay agua. Llamo a ese técnico con el que contraté un seguro para que viniera en circunstancias como ésta, pero que no viene porque como hay fuerte helada, el puerto está cerrado y, además, mi insistencia está compartida y “es la número treinta y una”, es decir: que no vendrá y otra vez tendré que arreglar la calefacción a distancia sin tener ni idea. 

He soñado, entre la barahúnda, que la caldera se ponía a funcionar a ratos, lo cual hacía que subiese a verla continuamente, y cuando al fin arrancó, al calentarse el agua la presión se disparó y entonces allí me tienes de fontanero-calefactor sangrando los radiadores, tres litros, hasta que la presión bajó. 

He soñado que, mientras yo hacía de mecánico, siempre me gustó enredar, los que me acompañaban intentaron abrir las camas y poner las sábanas y se encontraron que estaban heladas. Más tarde encendí la chimenea, y es lo único que funcionó porque la leña dentro de la casa, al llevar mucho tiempo cortada y traída del monte, se ha secado y encendió con unas ganas que agradeces y vuelves de nuevo a subir al cuarto de las calderas, mientras afuera nieva con ganas, porque la calefacción ha vuelto a apagarse.

Según la casa iba entrando en calor, a mí me entró una especie de sopor del metabolismo, una suerte de agotamiento. Me retiré a la habitación, me miré al espejo situado en la puerta del armario ropero y noté que el pelo me ha cambiado y que tengo otra vez esa expresión soñadora que se me pone cuando llevo días seguidos mirando al amanecer el horizonte.

A mi alrededor, todo son hojas caducas caídas, mojadas como cartones, que los mirlos y las malvices levantan buscando algún insecto, patio sin arreglar, dejadez, abandono y hasta penuria. El aligustre, está ahora tan dorado que parece estar o lo han puesto, también, de adorno.

Me dan ganas de quedarme a pasar aquí, en la casona, el invierno leyendo literatura rusa al calor de la chimenea.

¡Qué sueño!


Fotos y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

viernes, 28 de diciembre de 2012 in

Estampas gastronómicas de la Navidad de un pueblo



Estampas gastronómicas de la Navidad de un pueblo


En casa de mis padres, y siendo niño, la cena de Nochebuena reunía a la familia en la cocina en torno al fuego, lo que no era una novedad. En invierno, y en mi pueblo, también en otros, se hacía la vida en la cocina. Lo que podía ser nuevo es que ese día, tan señalado y tan esperado por nosotros los niños, la concurrencia era mayor. Todos buscábamos el calor del hogar. Fuera nevaba casi con toda seguridad, en la plaza los mozos pedían los aguinaldos, en la iglesia todo estaba preparado para el baile de los pastores y en la calle sonaban villancicos acompañados de almireces, hueseras, zambombas, panderetas y los primeros sonidos de la gaita. Y, desde luego, la novedad principal es que esa noche había cena especial. Es ahora cuando comprendo la importancia cultural de la gastronomía en el mundo rural. En aquella sociedad de subsistencia, la comida se consideraba el centro de la vida humana, y una buena comida era ese regalo que redimía de la miserable existencia.

“Con guitarras y almireces,
panderetas y sonajas,
vamos a ver a Jesús,
porque ha nacido entre pajas”

En nuestra casa, si no me engaña la memoria, lo característico de la cena de Nochebuena era: el cardo, traído y limpiado por el padre, servido en ensalada, y cocido y aderezado con almendras, y las albóndigas de bacalao, que preparaba admirablemente la madre. Algún año, con suerte, había besugo, y si no, debíamos conformarnos con abadejo o con los chicharros que traía el “Gafas” de Arnedo en cajas con hielo. Y de postre, lo clásico; esa compota adornada con orejones de melocotón, trozos de manzana, ciruelas claudias cogidas en su tiempo en el huerto del abuelo y tendidas y puestas a secar al sol en esos grandes cañizos preparados al efecto, higos también secados al mismo tiempo que las claudias y toda ella almibarada con azúcar y perfumada con canela en rama. Esos eran los manjares extraordinarios de esa noche. Para postre todo solía compensarse con un lebrillo de rosquillos, almendras tostadas y, con suerte, un cunacho de olorosas manzanas. El turrón se reducía a unas barritas de guirlache, absolutamente casero, y algún mazapán de casa. Últimamente, aunque no se le echaba mucho en falta, también se le  hincaba el diente al de Jijona o de Alicante conocidos como duro y blando. Pero lo que no podía faltar, ni faltó, era ese puchero de vino rebajado con agua y cocido con azúcar, frutas y canela, que nos ponía, fundamentalmente a los chicos, alegres, parlanchines y hasta un poco calamocanos. Debo decir y digo que en Grávalos, y por aquellos años, ya se conocía el champán y todos habíamos oído hablar del invento del cava, hoy “Dioro Baco”, del Benito Escudero. Por lo tanto ese y otros conocimientos no pertenecían a ningún titirivaina, ni  bocarán o cantamañanas, eran nuestros conocimientos y nuestras vivencias.


En la casa y al día siguiente también existía ese complemento inevitable para los almuerzos. Ese almuerzo que nos hacía disfrutar de la matanza reciente colgada en varas en el ennegrecido techo de la cocina, era el almuerzo con los productos del cerdo: los chumarros de solomillo en la brasa, la oronda morcilla dulce, asada en la parrilla hasta reventar de gusto. 

Y al final, era de rigor preparar para la comida de la pascua de Navidad -un día es un día-  el mejor y  más lustroso recental del rebaño que se retenía para sacrificarlo cuando la mesa familiar iba a estar la más de concurrida. El reciente lo preparaba, siempre la madre, debidamente estrazado y lo servía, después de probar las sabrosas gordillas, en deliciosa cazuela de barro, bien asado y aromado. Luego, los mayores jugaban al guiñote y los niños, después de jugar al marro, nos íbamos a saltar o bailar al sonido de los gaiteros. Otro día, lo prometo, hablaré de esos dos gaiteros venidos de la sierra soriana para amenizar toda una semana de fiestas.

Ahora comprendo por qué aquellos agricultores comían productos de temporada, que no habían sido tratados con insecticidas en el caso de las plantas ni con piensos artificiales u otras zarandajas de engorde en el caso de los animales; consumían carne, leche y huevos de gallina de corral que vivían en libertad sin ser maltratados, y, por supuesto, no podía haber más cercanía entre el productor y el consumidor. 

Recuerdo todo esto para que nada ni nadie arramble con todas esas cosas antiguas, excelsas e incomparables de los distintos pueblos, y para que nadie, venido de fuera, nos dicte el menú de la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, sentando a nuestra mesa no a los Reyes Magos y sí a esos extraños personajes venidos de fuera como Santa Claus y Papá Noel.

“La zambomba pide pujo,
y el que la toca, prudencia,
si no me dais aguinaldo,
aquí me siento a la puerta”

Fotos y texto de La Medusa Paca. Copyright ©

miércoles, 26 de diciembre de 2012 in

Esto es de ayer, de hoy y...,con toda seguridad, también de mañana



Esto es de ayer, de hoy y...,con toda seguridad, también de mañana




No hace falta decir nada, todo lo expresan esas viñetas que la ponzoñosa censura no dejó que hablasen. Al final, como decía el propio Mingote, “la censura pierde. Porque lo que no se publica se cuenta, comenta, amplía, magnifica, y consigue una audiencia desproporcionada. Todo lo cual, con la ausencia de la censura quedaría reducido a sus justos y razonables términos”. Aquí está pues La Medusa para cumplir con ese mandato, lo demás queda al criterio y juicio de cada lector.

¿Qué dice usted que les pasa a los que tienen hambre y sed de justicia? ¡Usted es un revolucionario! (15-2-68)

Verás, hijo; podemos decir que lo que le pasa a ese globo es un “reajuste”…(1965)




-He aquí nuestro defecto nacional: ¡el individualismo!

La Medusa ha tenido el gusto de traer a sus páginas esta selección gracias a la publicación que el diario ABC publicó en la NOCHEBUENA del 2012 en la que, además, reconocía la generosidad de su viuda y alma, Isabel Vigiola y el exquisito cuidado con el que junto a Chus Tristancho guardan el legado en el sanctasanctórum del MAESTRO y DIBUJANTE del humor.




Texto de La Medusa Paca. Copyright ©

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