La casona
La casona
Aquella mañana me levanté pensando en esa casa, esa
casona que ahora no tiene vida, ni propia,
ni ajena; antes la tuvo y también jolgorio y chanza, alboroto y algarabía,
jaleo, desmadre y hasta gresca. Eso fue ayer. Hoy amanecí fabulando que las
casas y las cosas no saben estar sin nosotros.
La casona en invierno, cuando regrese, si es que lo
hago, estará en una suerte de estado de hibernación igual que el de una osa en
su osera o ese murciélago que alguna vez me asustó en las recuevas de la bodega
o por el corral por donde ponían las gallinas. Quiero hacer un gran esfuerzo
para devolverle la vida como si tuviera que mover el mundo para acelerar la
llegada de la primavera. Porque todo, excepto lo que está vivo, como esa parra que
ha florecido y dado uvas mientras yo no estaba, o ese ratón, correteando por la cocina, que
se comió las pastillas del jabón del lavaplatos, está medio moribundo, que
hasta la vajilla hay que lavarla entera porque tiene sobre la loza y el cristal
el vaho de la ausencia, que es el respirar de la soledad cuando la casa está
cerrada.
He soñado enchufar la calefacción y no funciona. No
tiene presión. Intento abrir la llave del agua y tampoco hay agua. Llamo a ese
técnico con el que contraté un seguro para que viniera en circunstancias como ésta,
pero que no viene porque como hay fuerte helada, el puerto está cerrado y,
además, mi insistencia está compartida y “es la número treinta y una”, es decir: que no
vendrá y otra vez tendré que arreglar la calefacción a distancia sin tener ni
idea.
He soñado, entre la barahúnda, que la caldera se ponía
a funcionar a ratos, lo cual hacía que subiese a verla continuamente, y cuando
al fin arrancó, al calentarse el agua la presión se disparó y entonces allí me tienes
de fontanero-calefactor sangrando los radiadores, tres litros, hasta que la
presión bajó.
He soñado que, mientras yo hacía de mecánico, siempre
me gustó enredar, los que me acompañaban intentaron abrir las camas y poner las
sábanas y se encontraron que estaban heladas. Más tarde encendí la chimenea, y es lo único
que funcionó porque la leña dentro de la casa, al llevar mucho tiempo cortada y
traída del monte, se ha secado y encendió con unas ganas que agradeces y
vuelves de nuevo a subir al cuarto de las calderas, mientras afuera nieva con
ganas, porque la calefacción ha vuelto a apagarse.
Según la casa iba entrando en calor, a mí me entró una
especie de sopor del metabolismo, una suerte de agotamiento. Me retiré a la
habitación, me miré al espejo situado en la puerta del armario ropero y noté
que el pelo me ha cambiado y que tengo otra vez esa expresión soñadora que se me
pone cuando llevo días seguidos mirando al amanecer el horizonte.
A mi alrededor, todo son hojas caducas caídas, mojadas
como cartones, que los mirlos y las malvices levantan buscando algún insecto,
patio sin arreglar, dejadez, abandono y hasta penuria. El aligustre, está ahora
tan dorado que parece estar o lo han puesto, también, de adorno.
Me dan ganas de quedarme a pasar aquí, en la casona,
el invierno leyendo literatura rusa al calor de la chimenea.
¡Qué sueño!
Fotos y texto de La Medusa Paca.
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