Cómo y cuándo cayó Belchite
Cómo y cuándo cayó Belchite
Arremójate la tripa
que ya viene la calor
que luego, en el mes
de agosto,
no suelta el agua ni
Dios. ( J.A.Labordeta)
Los viajeros no se atreven a narrar eso que leyeron,
no hace muchos días, en las caras de los lugareños en su visita a Belchite.
Caras y semblantes que mostraban y manifestaban al hablar con los viajeros que
las ruinas son hijas del abandono y no de las bombas y que la destrucción del
pueblo antiguo comenzó en el traslado al pueblo nuevo. Y es ahí donde se muestra el crepúsculo
de Belchite que tan descriptiva, cruel y bellamente describió Arcadi Espada
un 12 de Agosto de 2001 y, como el viajero nada tiene que añadir a esta
descripción, aquí la dejo para su deleite o sufrimiento. Pero la historia es
así de cruda o de real:
“Belchite
huele más a mierda que a guerra. Tal vez se deba a la lluvia, tan poco habitual
aquí, que cayó esta tarde con furia de verano y abrió el suelo hasta las vetas
más bajas. El rótulo del pueblo está acribillado. A perdigonazos. La soledad es
absoluta y el viajero ha de entenderse con pocas palabras: apenas cuatro
indicaciones para el convento o la iglesia de San Martín. Las casas eran de
barro -mudéjar- y las ruinas son de barro podrido. Aunque la luz de un cielo de
verano, cuando declina y hace poco que paró la lluvia, sublima cualquier
circunstancia. 'El crepúsculo lo ennoblece todo', escribió Pla.
El viajero sabe que el asedio de Belchite duró 12
días. Unos 2.000 rebeldes, apoyados por su aviación, resistieron el ataque
republicano. La ofensiva era el eje de una operación dirigida por el general
Pozas sobre la margen derecha del Ebro, cuyo objetivo final era la conquista de
Zaragoza. El 6 de septiembre de 1937, los republicanos entraron finalmente en
el pueblo. Con ellos iba la Pasionaria: la toma de Belchite debía ser un
símbolo de la recuperación bélica republicana. El símbolo se mantuvo hasta el 10
de marzo de 1938, cuando los rebeldes, sin demasiada oposición, volvieron a
conquistarla. Zaragoza no cayó nunca a manos republicanas. 'El destinar
demasiado tiempo y esfuerzo para posiciones menores como Belchite había
resultado muy perjudicial para la operación', escribe Eladi Romero en sus
Itinerarios... Los errores de los perdedores son siempre grotescos.
Ningún dato de esta historia puede encontrarse en el
lugar de los hechos. El viajero no lo lamenta. Tal vez el tratamiento que
convenga a un lugar como éste sea la total ausencia de prosa turística. Ninguna
otra baliza más que las que uno traiga. Las únicas frases que el viajero
encuentra están pintadas a brochazos en la puerta de la iglesia: 'Pueblo de
Belchite, / ya no te rondarán los zagales, / ya no se escucharán las jotas /
que cantaban los mayores'. Tan verdadero como el 'ponga su nombre aquí' de los
carteles de toros. El viajero acorta el paseo que había previsto. El estado de
algunas casas es alarmante, ha llovido y la circunstancia no es irrelevante en
unas ruinas que apuntala el secano. Además, se ha levantado viento. Y la noche,
con sus misterios, se cierne poderosa.
Cerca ya del coche, se cruza con un hombre que lleva
una azada. Los dos se paran.
-Qué...
-Ya
ve...
-Bien...
-Bien
está...
-¿A
cavar?
-A
cavar.
-Hay
poca luz.
-Menos
la habrá.
-Bueno.
-Bueno,
bueno.
-Qué
tremendo, ¿no? -dice el viajero señalando las ruinas.
-Tremendo
y guarro.
El viajero se quedó sin saber qué decir durante unos
segundos, dado el carácter resolutivo de aquel hombre y el hecho de que
confirmara abruptamente la primera sensación que tuvo al entrar al pueblo, y
que no había dudado en calificar de poética. El hombre tenía prisa para llegar
a su huerto con algo de luz, aunque pudo aclarar al viajero que las ruinas que
había visto eran obra del abandono y no de las bombas. 'La sangre todo lo
ennoblece', escribió Camba.
Pocos meses después de acabada la guerra, el general
Franco concedió a Belchite los títulos de Leal, Noble y Heroica. E hizo del
pueblo y de su resistencia ante el acoso republicano un ejemplo permanente. El
pueblo nuevo de Belchite lo inauguró el propio Franco, en 1954, 15 años después
del fin de la guerra. El viajero se pregunta dónde vivieron entretanto. Conduce
hacia Zaragoza preguntándoselo al hombre de la azada, que debe de estar
volviendo de su huerto.
En el Gran Hotel de Zaragoza hace una temperatura de
enero. Es el tipo de verano que gusta a la gente. El viajero abre de par en par
las ventanas de su habitación para conseguir algo de calor. Se acerca el
teléfono y marca el número de Labordeta. 'Arremójate la tripa...', va
tarareando con cariño y sin cinismo. El padre del cantante era de Belchite.
Franco mandó llamar a la élite belchitana y dijo que
iba a premiarles. Y que podían elegir el premio: o subirles el Ebro o un pueblo
nuevo. Eligieron el pueblo. Hay una interpretación de por qué lo eligieron: la
propiedad estaba muy repartida en el pueblo y, si la tierra se ponía a rendir,
acabaría por no haber mano de obra. Los presos construyeron el pueblo nuevo.
Hasta que estuvo listo, a mediados de los cincuenta, la gente siguió viviendo
en el viejo: había sufrido la guerra, pero era perfectamente habitable. Por
eso, Franco les dio a elegir. La noche de fin de año de 1954, o quizá fuera de
1955, tuvo lugar allí un suceso memorable: un chaval de 20 años, uno de los
Labordeta, José Antonio, cantó por vez primera en público. Fue en el viejo
café, interpretando la melodía de Solo ante el peligro. Aún recuerda vivamente
que cuando acabó se le acercó uno de allí y le advirtió: 'Chaval, no vuelvas a
cantar que es cosa de maricones'. La destrucción del antiguo Belchite comenzó a
partir del traslado. Es la gente la que sujeta las casas. Pero es que, además,
en el pueblo nuevo no habían previsto lugar para los animales. Los de Belchite
bajaban a donde vivieron, entraban en lo que fue suyo y se llevaban vigas,
maderas, cañizos, y es así como construyeron las cuadras y la leyenda.
El viajero sale a cenar a las once en punto de la
noche.
Texto Arcadi Espada (2001). Fotos La Medusa Paca. Copyright ©