viernes, 12 de septiembre de 2014 in

Fuendetodos






Fuendetodos

“Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,
Una acequia, un establo y unas ruinas al sol.
Al viento los ombligos
Volaban cuatro amigos
Picados de viruela
Y huérfanos de escuela,
Robando uva y maíz,
Chupando caña y regaliz.
Creo que entonces yo era feliz”. (Recuerdos de mi niñez, Juan Manuel Serrat)

Teníamos ilusión, ansiosa ilusión de tomar la A-23, autovía mudéjar que discurre entre Sagunto y Huesca. El recorrido lo habíamos hecho muchísimas veces de ida y vuelta a tierras mediterráneas y siempre anidaron en el coche los deseos de pararnos en esos pueblitos entrañables, establecer descansos a lo largo del camino para descubrir Fuendetodos, pueblo natal de Goya; Belchite, pueblo bombardeado y testimonio ruinoso del más elocuente absurdo de los vestigios de una guerra y de una batalla; refrescarnos en Las lagunas de Gallocanta, parada y fonda de las aves y cazcalear por dentro y fuera de las murallas de Daroca. Y recorrer en varias etapas todas, y siempre por carreteras secundarias, estas singulares y atractivas rutas, acompañados,  quizás desde la altura, por esos buitres pertinaces, tan comunes en estas tierras e insistentes en husmear los desechos. Hay tiempo y habrá más idas y venidas hacia el Mar Menor para diseñarlas, hacerlas y describirlas. Y mientras hacíamos estos planes y nuestro viejo, pero correoso Space, remontaba las cuestas del Ragudo hubo tiempo de pensar en la historia de estos caminos en los que se trajinaron emboscadas por aquellos maquis que, en su osadía, sufrimiento y desintegración, llegando 1945, ocuparon los macizos de las sierras de Javalambre, Gúdar y el Maestrazgo, para luego desaparecer. 

Y andando, andando y dejando atrás, para otros días, Alcañiz, Albarracin y sus Montes Universales, Camarena de la Sierra y los pueblos mineros de Ojos Negros nos fuimos dando cuenta de que el paisaje cambiaba de lustre hasta que llegamos a la salida 283,  en Cariñena, donde los pedregales se alfombran de vides, y encontrarnos, 24 kilómetros después, con Fuendetodos, pueblo de 150 habitantes, en el que hasta hace pocos años estuvieron sin agua potable. Y ahora llegas y lo ves todo rodeado de bosques de molinos generadores de luz. 

Y en Fuendetodos, después de recorrerlo paso a paso, callejuela a callejuela, plazuela a plazuela y rincón a rincón, se nos mostró la casa del genio, rescatada para la historia en 1913 por el pintor Ignacio Zuloaga. Sobria, sin alharacas y rezumando atmósfera rural, como puesta para mostrarse, arregladita, empedrada grisáceamente y con sus estancias en tres plantas: su cuadra, la fresquera, su chimenea y su fregadero como en basal en la parte baja. En la parte de arriba, dos alcobas, probablemente, una de ellas el rincón en que su madre lo parió, y su respectiva sala distribuidora. Y en la parte somera el granero. 


El pintor, su sombra y su obra, reinando sobre grabados y sus fantasmagorías se nos aparecían en cada rincón, en cada callejuela y en cada cantón esquinero. Y, en la recta de la calle Zuloaga, en el número 3, en una recuperada casa típica del somontano aragonés, el Museo del Grabado con una de las ediciones de la serie Los desastres de la guerra, perfecto aperitivo de invitación para acercarnos hasta Belchite, a 20 kilómetros; grabados sobre la corrupción, la maldad, juegos, caprichos, tauromaquia y tantos otros disparates. Por esto y por muchas cosas más España lo trató con desdén. Fue un genio incómodo. Lo llamaron loco y la Inquisición le buscó la ruina. 

Nos contó la encargada del Museo del Grabado que ahora vienen a Fuendetodos unas 20.000 personas al año. Cuando nos despedimos de la visita nos dimos cuenta que volaban sobre nuestras cabezas unos buitres leonados a los que el Pintor, en su época, pudo referirse  con ese susto de tristes presentimientos de lo que ha de acontecer. Vale.

Texto y fotos  La Medusa Paca. Copyright ©

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