Fuendetodos
Fuendetodos
“Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,
Una acequia, un establo y unas ruinas al sol.
Al viento los ombligos
Volaban cuatro amigos
Picados de viruela
Y huérfanos de escuela,
Robando uva y maíz,
Chupando caña y regaliz.
Creo que entonces yo era feliz”. (Recuerdos de mi
niñez, Juan Manuel Serrat)
Teníamos ilusión, ansiosa ilusión de tomar la A-23,
autovía mudéjar que discurre entre Sagunto y Huesca. El recorrido lo habíamos
hecho muchísimas veces de ida y vuelta a tierras mediterráneas y siempre
anidaron en el coche los deseos de pararnos en esos pueblitos entrañables,
establecer descansos a lo largo del camino para descubrir Fuendetodos, pueblo
natal de Goya; Belchite, pueblo bombardeado y testimonio ruinoso del más
elocuente absurdo de los vestigios de una guerra y de una batalla; refrescarnos
en Las lagunas de Gallocanta, parada y fonda de las aves y cazcalear por dentro
y fuera de las murallas de Daroca. Y recorrer en varias etapas todas, y siempre por carreteras secundarias, estas
singulares y atractivas rutas, acompañados, quizás desde la altura, por esos buitres
pertinaces, tan comunes en estas tierras e insistentes en husmear los desechos.
Hay tiempo y habrá más idas y venidas hacia el Mar Menor para diseñarlas,
hacerlas y describirlas. Y mientras hacíamos estos planes y nuestro viejo, pero
correoso Space, remontaba las cuestas del Ragudo hubo tiempo de pensar en la
historia de estos caminos en los que se trajinaron emboscadas por aquellos
maquis que, en su osadía, sufrimiento y desintegración, llegando 1945, ocuparon
los macizos de las sierras de Javalambre, Gúdar y el Maestrazgo, para luego
desaparecer.
Y andando, andando y dejando atrás, para otros días,
Alcañiz, Albarracin y sus Montes Universales, Camarena de la Sierra y los
pueblos mineros de Ojos Negros nos fuimos dando cuenta de que el paisaje
cambiaba de lustre hasta que llegamos a la salida 283, en Cariñena, donde los pedregales se alfombran
de vides, y encontrarnos, 24 kilómetros después, con Fuendetodos, pueblo de 150
habitantes, en el que hasta hace pocos años estuvieron sin agua potable. Y ahora
llegas y lo ves todo rodeado de bosques de molinos generadores de luz.
Y en Fuendetodos, después de recorrerlo paso a paso,
callejuela a callejuela, plazuela a plazuela y rincón a rincón, se nos mostró la
casa del genio, rescatada para la historia en 1913 por el pintor Ignacio
Zuloaga. Sobria, sin alharacas y rezumando atmósfera rural, como puesta para
mostrarse, arregladita, empedrada grisáceamente y con sus estancias en tres
plantas: su cuadra, la fresquera, su chimenea y su fregadero como en basal en
la parte baja. En la parte de arriba, dos alcobas, probablemente, una de ellas
el rincón en que su madre lo parió, y su respectiva sala distribuidora. Y en la
parte somera el granero.
El pintor, su sombra y su obra, reinando sobre
grabados y sus fantasmagorías se nos aparecían en cada rincón, en cada
callejuela y en cada cantón esquinero. Y, en la recta de la calle Zuloaga, en
el número 3, en una recuperada casa típica del somontano aragonés, el Museo del
Grabado con una de las ediciones de la serie Los desastres de la guerra, perfecto
aperitivo de invitación para acercarnos hasta Belchite, a 20 kilómetros; grabados
sobre la corrupción, la maldad, juegos, caprichos, tauromaquia y tantos otros
disparates. Por esto y por muchas cosas más España lo trató con desdén. Fue un genio
incómodo. Lo llamaron loco y la Inquisición le buscó la ruina.
Nos contó la encargada del Museo del Grabado que
ahora vienen a Fuendetodos unas 20.000 personas al año. Cuando nos despedimos
de la visita nos dimos cuenta que volaban sobre nuestras cabezas unos buitres
leonados a los que el Pintor, en su época, pudo referirse con ese susto de tristes
presentimientos de lo que ha de acontecer. Vale.
Texto y fotos La Medusa
Paca. Copyright ©
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