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sábado, 31 de mayo de 2014 in

Junio, mes de claridad






Junio, mes de claridad

El silbo del dale

Dale al aspa, molino,
hasta nevar el trigo.
Dale a la piedra, agua,
hasta ponerla mansa.
Dale al molino, aire,
hasta lo inacabable.
Dale al aire, cabrero,
hasta que silbe tierno.
Dale al cabrero, monte,
hasta dejarle inmóvil.
Dale al monte, lucero,
hasta que se haga cielo.
Dale, Dios, a mi alma,
hasta perfeccionarla.
Dale que dale, dale,
molino, piedra y aire,
cabrero, monte, astro,
dale que dale largo.
Dale que dale, Dios,
¡ay!  (M. Hernández)

Estoy a la orilla del mar esperando que llegue el solsticio de verano. El del tiempo seco, soleado, encalmado y caluroso. El que hace decrecer, según los pescadores, la actividad de las masas de aire y en el que los cambios atmosféricos aparecen espaciados y menos marcados. Llega y lo espero el mes de la claridad con sus hasta 15 horas de luminosidad. Es el mes en el que los termómetros se disparan hacia arriba. Y el que ya no queda más esperanza de alivio de eliminar el sofoco que el abaniqueo o el refrescamiento producto de algún barrido a cargo del Levante o algún oportuno y sorprendente fregado asociado a la lluvia.

Es ahora cuando me detengo a pensar en el deshielo de las nieves de alta montaña, en la disminución del caudal de arroyos y ríos y en ese silencioso estiaje. Es ahora cuando comienza la siega de cebadas, trigos duros para pan candial, avenas, centenos largos de caña juncosa y blanca y algarrobas recordando aquello que escuché en infinitas ocasiones de: “Cuando Junio llega, afila la hoz y limpia la era“.

Ya están fuera de sus nidos las aves de huevos incubados. Ya los polluelos se alimentan con los primeros insectos, ya se ven por los caminos empolvados los primeros bandos de pollos de perdices y codornices buscando la frescura y hasta en mi pueblo adoptivo las cigüeñas jóvenes de la torre aprenden a volar. Y ya retruena el refrán de: “Juniete nubladete, si no granizas no agonizas” aludiendo a esa amenaza implícita hacia mi agricultor.

La tarde en la que escribo, 31 de mayo de este 2014, está algo encapotada y apacible. El cielo, al asomarme al parque que tengo delante de mi puerta, está negado para bendecirnos con un ligero asperges,  este año se le olvidó la bendición. El paseo que arranca desde Garnacha hasta las charcas, se me muestra mucho más transitable y ameno. Montones de arena de la última ventolera todavía se refugian junto a los pretiles del enlosado. ¿Adónde volverá a ir esta fina arena?

 
Eso que en tiempos fue restaurante y ahora es refugio de ratas desfigura aquel paisaje de salón ingles de mi primera arribada a estos mares. Hoy prolifera la soledad y suciedad detrás de ese lienzo con chorreras de mugre que cubre sus vergüenzas. Pienso que sus arroces y pescados, cocinados y servidos con primor en su interior, tardarán en madurar como en las montañas de mi tierra riojana tardan en sazonar esas dulces fresas silvestres, entre la hierba, bajo las carrascas. Todas las mañanas lo contemplo y sufro en una de esas caminatas en las que lo que importa no es llegar sino el camino mismo. Y eso que el camino conduce hacia la frescura que aparece nada más divisar las aspas,  como brazos caídos,  del Molino de La Calcetera. Es imposible no sentir un pellizco dentro contemplando en primer término el molino derrumbado y esas sus entrañas con sus herrajes corroídos. El molino se me muestra o es una cueva de ladrones, todo está como revuelto. Han vuelto a entrar los ladrones. Han penetrado por la ventana situada bajo esa cubierta de madera francocónica de su interior que da a la última planta. Todo está como intrincado y, buscando tesoros imaginarios, han sembrado el suelo de papeles, bolsas de plástico y alguna vieja botella de un botellón pasado. Y esta vez han intentado arramblar hasta con la desidia arquitectonica. ¡Lo poco que quedaba para animar la memoria y el sentimiento! ¿Puede haber mayor crueldad?

De vuelta no he tropezado con un alma. Lo que más me ha chocado es que en la primera charca no hubiera un ave. Han huido los bulliciosos chorlitos, achibebes. los señoriales flamencos y andarríos. Sólo queda el silencio de la cal desconchada. A la salida, antes de dar el primer paso de vuelta, me he asomado al humedal y me ha alegrado ver que junto a la pared del fondo a la izquierda ha florecido un rosal y que un alma caritativa ha limpiado los últimos retales de las deshilachadas velas latinas. Vale.

Texto y fotos  La Medusa Paca. Copyright ©

lunes, 26 de mayo de 2014 in

El paseo de los tristes








El paseo de los tristes

“Al pié del Generalife,
en la márgenes del Darro,
hay una fuente famosa,
la fuente del Avellano”.

Días atrás hemos paseado por el paseo de los tristes, ese que conduce hasta “La Fuente del Avellano y al Cementerio de Granada. Lo hicimos cruzando por el "Puente de las Chirimias" y por el "del Aljibillo" donde dicen existió un aljibe al otro lado del río.

Fue una tarde después de presenciar una puesta de sol desde el mirador de San Nicolás, con La Alhambra enrojeciendo delante. Contemplamos y recorrimos estas distancias paralelamente al Río Darro e imaginamos como, desde tiempos muy pasados,  los cortejos fúnebres pasaban por aquí antes de subir al cementerio detrás de la Alhambra. 

El paseo estaba adornado por unas mimosas tan grandes que no hacían otra cosa que robarnos toda la luz de la tarde. Sus flores eran más amarillas aun, que el sol que nos quitaban. Y a la mañana siguiente volvimos a verlas, esta vez caídas por hacer de vela con los vendavales de tormenta. Y sentimos su ausencia primaveral, aunque la luz decayera y fuese como una sombra. Y allí, tapados por los ramales de agua, quedaban los avellanos y sus amentos de verde claro. Lágrimas de polen. Mientras, de cerca, se nos presentaban flores femeninas de estilos rojos recordándonos estrellas de mar y hebras de azafrán en miniatura. 

Y, contemplando las varas de avellano, recordamos a ese señorito cornagués, de nombre Bernardino y de apodo “el Canca”, trenzando cestos, conduciéndonos hacia el recuerdo de uno para la leña que, viéndolo trenzar, tuvo que meterse dentro para hacerlo, de lo grande que era. Un día me lo advirtió: durará toda la vida. “El Canca” murió y ahí, en el recuerdo, el cesto que hizo con sus manos sigue como el primer día. Trenzado de varas de avellano a las que solo les falta florecer ahora, cuando va a empezar junio.  
  
Cruzamos el puente, giramos a la izquierda y nos dimos un paseo por el Camino del Avellano hasta llegar a su Fuente que nos ofreció unas vistas maravillosas del Sacromonte y del Albaicín. Y fue allí donde recordamos a ese grupo literario bautizado como el de la "Cofradía del Avellano". Y, asfixiados por la "Cuesta de los Muertos", o "Cuesta del Rey Chico o "Cuesta de los Chinos", nos dimos la vuelta.  Y es allí donde tracé el segundo cuarteto de ese embrión de soneto. Vale.  

Cuando el sol, de su cuna se levanta
y el jilguero, a su beso, se despierta,
en su rostro, a raudales, se proyecta
un rosario de luces, rosa y grana.


Texto y fotos  La Medusa Paca. Copyright ©

lunes, 19 de mayo de 2014 in

Añoranza






Añoranza


Esta tarde que estoy melancólico, pensativo, añorante y, ahora, que el recuerdo me ronda por las orillas de este Mar Menor de primavera, luminoso y salino, azul por los cuatro costados y vivo en el color de esa retama, de ramas delgadas, largas, flexibles, de color verde ceniciento y algo angulosas, escasa de hojas, pequeñas, lanceoladas, con flores amarillas en racimos laterales y fruto de vaina globosa con una sola semilla negruzca, común en estas y otras tierras y hasta muy apreciada para combustible de los hornos de pan, recuerdo a esa mi Rioja.

Y aquí a la orilla de este mar minúsculo, pero grandioso, con cálidas arenas donde dorarse al sol o descansar bajo la sombra de las palmeras se me presenta La Rioja como un conjunto de pequeños y no tan pequeños pueblos cobijados bajo siete valles: Alhama, Cidacos, Leza, Iregua, Najerilla, Oja y Tirón, mojados alrededor del Padre Ebro, río majestuoso, de voz potente y trazo peligroso, que cuando crece puede llegar a mostrarse como el más devastador de los dragones. Como vegas fértiles en donde crecen deliciosas hortalizas, y sobre todo esas retorcidas viñas que una vez al año nos regalan esa materia orgánica sobre la que se cimenta no solo nuestro placer cotidiano, sino nuestra cultura milenaria: “EL VINO”.

La Rioja es Siete Valles, vegas fértiles y Vino. ¡Muchísimo vino!, ¡Chuletillas al sarmiento, muchísimas chuletillas! y amigos de verdad, un “puñaíco” de amigos de verdad. He de decir que allí, entre valle y valle, los amigos no son tan abundantes como el vino, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta los enormes cuidados de que precisa la amistad. Hoy en día hay quien afirma, fue mi agricultor y no le falta razón, que el que hace mal vino es porque quiere. Yo completaría la reflexión afirmando que el que tiene un buen amigo es porque puede.

Mi Rioja es ¡siete valles, vegas fértiles, buen vino, y no más de cuatro amigos y, si me dejan, elegidos!  





Texto y fotos  La Medusa Paca. Copyright ©

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