sábado, 31 de enero de 2015 in

“Por San Matías, cantan las cotovías y entra el sol por las solombrías”





“Por San Matías, cantan las cotovías y entra el sol por las solombrías”

Febrero trae carnavales y días ya desperezados y el sol alcanza las umbrías. Pero en la imagen popular sigue siendo el mes loco de los fríos y con mala, malísima fama. Su representación tópica es la del hombre querencioso del fuego, como muestra el “libro de Alexandre:”

“Estaba don Febrero sus manos calentando,
Otros facía sol et oras serenando,
Verano de invierno íbalos desemblando,
Porque era más chico sediese querellando”.

Es tiempo de febrero y tiempo de humedales, lagunas, navas, lavajos, salinas, llamazares, paúles y tablas, entre otros muchos. La terminología popular hila muy fino para nombrar a los diferentes tipos de zonas húmedas. Hay mucha cultura, mucho saber en el habla antigua. Y como estos últimos días de enero he andado entre humedales y salinas he recordado para mostrar en este “febrero revoltoso, un rato peor que otro” aquellos textos de Miguel Delibes, fundamentalmente, aquél que se titula “Prólogo a un libro de caza sobre patos” que no llegó a escribirse y en el que, a la par que su iniciación en aquel menester, glosó su conocimiento de los socios del club Alcyon y los saberes cinegéticos del difunto señor Antiloquio”.

Describe Delibes en ese relato, con la precisión de quien lo ha vivido, la atmósfera sonora que les envolvió durante un recorrido en barca por la laguna del Taray, un amanecer de aquellos años felices en los que por estas tierras anegadizas se desparramaba el agua. Le guiaron los conocimientos y la pértiga del barquero, el señor Antiloquio. Y el agua y las aves acuáticas pusieron la banda sonora. Y lo que La Medusa hace sonar es una reconstrucción: algo así como una sonorización al dictado de varios fragmentos del texto de Delibes:

“Aún no apunta la aurora y sobre la línea negra del horizonte se alzan, como cúpulas, los resplandores lejanos de los pueblos limítrofes: Villacañas, la Puebla, Don Fadrique, Quero, Alcázar de San Juan y Villafranca.

Marzo está a la vista, pero aún no se ha quebrado el letargo invernal, y bajo las estrellas friolentas, reflejadas en el agua, apenas se escucha el tímido squic de la focha o el graznido ronco del porrón común.

Ni el río ni la laguna tienen secretos para el Señor Antiloquio (...). Apoya el extremo de la pértiga en la última tabla del muellecillo y la barca se desembaraza perezosamente de los juncos donde yace embarrancada. Su quilla es buida y su fondo plano. La proa, al abrir su camino, produce un leve chapoteo sedante. Lo mismo que las gotas escurren de la pértiga cada vez que el señor Antiloquio la saca del agua. El profundo silencio, tímidamente punteado de cuando en cuando por las fochas impacientes, se rasga de pronto por encima de nuestras cabezas:

    -¡Gaa-onc!¡Gag-gag!
    -¡La puta que los parió!
    -¿Qué son?
    -¡Qué han de ser! Los gansos- el señor Antiloquio alza la cabeza contra la oscuridad de la noche-.
    - Van de paso - añade.

    Un silbido tenue y sostenido, seguido de un ruidoso chapuzón, se oye a estribor. El señor Antiloquio, pértiga en ristre, queda unos instantes en suspenso. La inercia sigue arrastrando la barca por la bruñida superficie:
    -¡je,je! El rabudo está entrando por la querencia. ¡Pobrecillos! Si no me equivoco, van a tener ustedes un buen día.

    El silbido del rabudo encarrizado se hace más quedo y tenue; se difumina. La barca circunda ahora una islilla de carrizos y aboca a un lucio, dilatado como la mar. Se oye el revuelo de una punta de aves que se ponen en movimiento (...).

    Paulatinamente el día se va haciendo y con el día llegan los primeros trompeteos -kraoj, kraoj- de la garza real y las carcajadas -cuej, cuej- un poco siniestras de la gaviota reidora (...).

    El Señor Antiloquio boga parsimoniosamente y la superficie de la laguna va adquiriendo un rebrillo progresivo.

    -Ya amanece Dios.

    Los tarayes atormentados se retuercen en la ribera, de donde llega de vez en cuando el tiu-bobó del archibebe(...). De la parte de la embocadura llegan ahora unas voces remotas y el piu-piu y el cuej de las aves alarmadas:

    -La traca final- dice mi hijo.” Vale.

Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

Leave a Reply

Con la tecnología de Blogger.

Seguidores