miércoles, 25 de marzo de 2015 in

Recuerdos navarros: Eunate


 
 
Recuerdos navarros: Eunate

 
 
Planta trigueña o palomica blanca.
Atrio de vivos y muertos.
Panteón reposado y ermita peregrina.
Corro juguetón y concluso de eternidades.
 

La he contemplado de lejos y de cerca, nevando y cayendo un sol con plomada. A la luz del crepúsculo o aprovechando el sutil color del amanecer, donde siempre se me mostró bonita y sugerente, sencilla, original y misteriosa, alzada y solitaria, en medio de un llano y abierto paisaje que, a mitad del verano, toma el color de los girasoles. Su planta octogonal y el claustro que la circunda siempre me invitaron a participar de sus fuerzas terrenales o halos enigmáticos propiciados por aquellos canteros que llenaron sus piedras de signos y símbolos, o por el hecho de su más que dudosa vinculación a la Orden Templaria, que de todo tienen sus labradas piedras y que fueron remanso de hospital de peregrinos, dormitorio de difuntos, faro-guía para caminantes, lugar de culto cristiano y santuario telúrico para buscadores de fuerzas esotéricas..
Me acerqué y hasta me dejé sorprender por su enigmática geometría tratando de adivinar el sentido de su nombre, "cien puertas". Lo hice con alumnos, solo, en familia y con amigos, sabios doctores del románico y siempre desviándome de carreteras nacionales para adentrarme, hasta la planta de sus pies por carreteras secundarias, comarcales o caminos vecinales. Acudí hasta ella varias veces en mis veintidós años de director de ese recordado y querido Instituto que primero fue de Enseñanzas Medias, más tarde de Bachillerato y, al final de mis días de docencia, de Enseñanza Secundaria. ¡Dichoso Instituto con sonido de violín y que responde al nombre de “Pablo Sarasate”, asentado a las  orillas del Ebro en esa fértil y hermosa ciudad navarra de Lodosa, donde los espárragos, doy fe, están cojonudos y los pimientos del piquillo, si te toca uno con casta, levantan la boina!

Y siempre me sorprendió, me dejé sorprender, su situación en el centro mágico y geográfico de Navarra, en el corazón del Valle de Ilzarbe, enclave del camino jacobeo, en medio de la nada, en un paisaje llano y abierto que realza aún más la espiritualidad y, en cada visita, siempre me pareció uno de los monumentos más interesantes de la arquitectura románica de Navarra por el misterioso flujo de su planta. Y, sorprendido, me alejé hasta una cima para contemplar ese elegante panteón, de octogonal capilla funeraria y la vi inmensa, majestuosa, convocante. Y es entonces cuando comprendí su nombre, Santa María de Eunate  y su grandiosa arquitectónica del siglo XII.
 
Y me acerqué y adentré en ella para contemplar cómo se colaba la luz por el tejado de lajas y como, sin quererlo, aparecían, en capiteles y cornisas, todo un mundo entero de piedras, plantas, animales y hombres. Y me recordó como ese caserón rectangular adjunto no hizo o hace otra cosa que dar fe a cofradías y ermitaños ahora y siempre.

Siempre me fascinó,  la visité en distintos momentos estacionales, ese verdor intenso e intonso de los campos de trigo, maizales y girasoles que adornaban la iglesita románica y que,  mirada de lejos en invierno y primavera, parecía una gran ave parda que ahí deseaba acurrucarse. Y llegado el verano comprobé como los trigos, ya dorados, deseaban imitarle el color madurecido de siglos y las espigas  tensándose más tarde como sus columnas y columnitas, para acabar curvándose como sus arcos. Y al final del año, cuando el invierno azota, la nieve, a veces, le echa encima una capucha peregrina o la viste de novia tradicional, a ella, que a tantas novias y novios acogió, acoge y acogerá bajo su arquería nupcial.

Y me marché, y cada vez que lo hice grabé en mis recuerdos que Eunate es especial porque fue hecha con y para el silencio, porque transmite paz. Es un lugar en calma, “música callada, soledad sonora” que diría Juan de la Cruz y que el viajero abrió con estos sus cuatro versos. Vale.
Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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