Cuando las hojas bailan
Cuando las hojas bailan
“Los chopos de la ribera
ya tienen todos tu nombre;
los escribí con la punta
de mi navaja campera”.
Chopos
en el río es lo que por estos pagos marmenorenses no puedo contemplar. No los hay,
no existen esas hermosas hiladas de chopos que acompañan y protegen al río en
su paso por el parque cercano. Ni hay chopos, ni hiladas, ni río. Y miren
ustedes que me gustaría contemplar,
una vez más en estas fechas, la colorida y serena belleza del campo, las
huertas y las riberas, mezcladas con las húmedas tonalidades verdiamarillas de
la vegetación ribereña, antes de que los fríos desnuden las arboledas de
alisos, chopos y sauces, la otoñada tinte las orillas acuosas con sus dorados y
gualdas más rutilantes y comencemos a
disfrutar del bosque ripario, ese que existe bordeando el río.
Y es
que para el escribidor todos esos rincones recordados se le representan como la
mejor metáfora del silencio y la soledad de esa tierra castellana y riojana,
árida y fría. Para el escribidor estos días, con el otoño ya avanzado, le invitan
a la contemplación, a la nostalgia, al silencio que, con su belleza intimista
y maravillosa, le conducen, en la lejanía del tumultuoso ajetreo de las ciudades
bien pobladas, a recordar a las mismas gentes, las mismas conversaciones, el
mismo paisaje, los mismos viejos sentados en el poyo de la calle, como si el
mundo allí se hubiera quedado quieto, inmóvil, petrificado, como si todos los
relojes se hubieran parado hace mucho tiempo. Y comenzar a meditar, leer, oír
música, cultivar mis arbolitos y así apurar la vida. Y es que como canta el
poeta murciano Antonio López Baeza:
“RIZABA el chopo su altura
a la orilla del arroyo:
mitad su cuerpo en el agua,
mitad en cielo...
Y, más hondo de sus raíces,
más al acecho,
¡la dulce paz del abrazo
haciendo libre el silencio!”
Desea
el literato contemplar ya el carácter bravío que tienen las aguas de mis
ariscos enclaves, cuando en tiempo de deshielos rugen, mientras ahora deben discurrir
calmas y sosegadas. Y deleitarse con la vegetación que acompaña a esos
barrancos grises y fríos mientras, las rojeces otoñales de los viñedos que
cuelgan de sus laderas mezclan aquí sus tonos con los verdes de la foresta
perenne y los amarillos de la caduca. Y contemplar como los vientos del otoño
tiñen de rubio esplendor los sotos de sus ribazos y los encajados cauces pasan
a convertirse en paisajes impresionantes. Y acostumbrarme a llamar por su
nombre a todos esos desfiladeros, hoces, cañones o gargantas para nombrar esos
profundos tajos que los ríos excavan a su pasos por esas mis queridas otras
tierras donde, en muchos tramos ribereños, la frondosa vegetación arbórea se
compone de chopos, sauces, fresnos, alisos y avellanos.
Hoy
como el poeta Antonio Machado, en aquellos versos que escribió en 1919,
quisiera abandonar “mi blanca celda” y pasear, aunque sólo sea con la
imaginación, por las huertas que flanquean arboledas centenarias, con árboles
de hoja caduca que permiten el paso del sol en el áspero invierno y
proporcionan confortable sombra en el verano. Hoy el imaginador quisiera buscar
sus gafas para entregarse a la plácida lectura y a la contemplación, junto a
una fuente, bajo un árbol, en uno de los rústicos bancos de piedra.
“En Segovia, una tarde, de paseo
por la alameda que el Eresma baña,
para leer mi Biblia
eché mano al estuche de mis gafas
en busca de ese andamio de mis ojos
mi volcado balcón de la mirada”.
El
espectáculo de la otoñada continúa con su telón levantado su telón. Los chopos
ya están coronados de amarillo dorado y unos sueltos castaños motean sus hojas
de ocre. Y más arriba, junto al nacedero del río, la gama de verdes se torna en
un multicolor abanico de dorados y granates que se mezclan con los perennes
verdores de acebos, abetos y pinos.
Aquí
quedo junto a esos chopos de la ribera, que cantó la jota popular. El río no
los lleva y la luz solar los mantiene fijos en él. Son los chopos inversos que
crecen hacia el fondo del cauce. Sombras arborecidas iluminadas. Remeros
líricos que conducen fluvialmente al otoño. El otoño que fluye sin moverse. Que
nace, vive, se reproduce y muere, y no pasa. Que se repite renovándose. Que se
renueva repitiéndose.
Texto La Medusa Paca. Fotos Miguel Ángel Elviro Bodoy. Copyright
©
PD: Las fotografías de Miguel Ángel Elviro Bodoy están tomadas
en el paraje del “Rajao” del pueblo riojano de Tobía.
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