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jueves, 22 de octubre de 2015 in

El habla de Grávalos -.L.-





El habla de Grávalos -.L.-

Andar y Pensar


A; B; C; D; E; F; G; H; I;  J;



 
- .L.-

Labor: Cultivo de la tierra. Terminar el trabajo y, por extensión, acabar de hacer cualquier cosa.

Laborear: Cultivar la tierra.

Labrar: Arar. Mover y ahuecar la tierra.

Lado: Irse para otro lado. Hablando de algo que se ingiere, -alimentos, bebida, medicamentos-cuando se introduce por la tráquea, en lugar de por el esófago.

Ladrón: Apelativo familiar con que se reconvierte a alguien, con cierta envidia, suave y cariñosamente, por una conducta determinada.

Lagarto: Persona lista.

Lago: Sitio a modo de recipiente donde se pisa o se prensa la uva para obtener el mosto.

Lagotear: Adular, hacer caricias.

Lagotero: Persona aduladora o cariñosa.

Lágrima: Primer vino que sale de la uva. Vino que escurre espontáneamente del lago al abrir la canilla.

Lambetazo: Acción de lamer con ansia.

Lambinero: Persona golosa.

Lamparillazo: Trago grande.

Languirón: Persona alta, larguirucha.

Lapachina: Dícese cuando en el terreno o calle, la nieve que hay se está derritiendo y hay dificultad para andar.

Lapo: Escupitajo.

Largo: “Más largo que un día sin pan”. En sentido temporal, “de mucha duración” o muy monótono o aburrido.

Lavuchar: Lavar de prisa y mal.

Lazo: Haz pequeño de ramaje. Fase final del cordón cuando se ajusta el calzado.

Lección: Clase particular, clase que se impone o se recibe fuera del horario escolar.” No lo busques, que, aunque ya hayan salido de la escuela, él está en la lección”.

Leche: Cagando leches: con rapidez, apresuradamente, muy pronto, en seguida. “Que te has dejado los papeles en casa, pues ya estás marchando cagando leches a por ellos. 

Lecherilla: Molleja que se envuelve en pan rallado, previamente mezclada con ajos y perejil picado y se fríe.

Lechón: Persona tragona. 

Lechonero: Vendedor y comprador de lechones.

Lechonazo: Persona que come mucho.

Lechuguino: Planta de lechuga antes de ser trasplantada.

Legon: Azadón o azada terminada en punta cortada.

Leguis: Polainas.

Leista: Persona que alardea de sapiencia.

Lengudo: Persona charlatán y habladora,

Leñazo: Golpe.

Lesna: Lezna. Punzón para coser el cuero.

Levantar: Aclararse el día, despejarse el cielo.

Levante: Anaquel, estante, repisa, balda. “Abres el armario y en el levante de arriba del todo tienes el jersey”.

Ligar: Mostrar los árboles o plantas su fruto embrionario tras la polinización y la caída de la flor.

Limpia: Poda de árboles.

Limosnera: Bolsa que se llevaba el día de la primera comunión donde se recogían los dineros que se le daban al comulgante.

Liza: Hilo grueso de cáñamo.

Llar: Cadena gruesa que cuelga en el cañón, parte superior, de la chimenea empleada para colgar la caldera o caldero.

Llavija: Trozo de hierro cilíndrico que sirve para sujetar el arado al barzón.

Lleco: Sin utilizar, terreno sin cultivar.

Llevar anjón: Llevar a cuestas.

Llorar: Salir el vino de la prensa durante el proceso del prensado. “Si la prensa llora, llora vino si haces tinto, llora mosto si haces clarete”.

Llorera: Llanto fuerte y prolongado.

Lloro: Fenómeno que se produce en las cepas hacia mediados de marzo, al exhalar ésta un líquido acuoso consecuencia de los cortes producidos por la poda.

Loló, a loló: Ir a dormir.

Lomba: Loma.

Lomillo: Aparejo con dos caños de paja que se coloca en la caballería para amortiguar la carga.

Lorenzo: Nombre con el que se le nomina al sol. “Muchas nubes había, pero parece que va a salir  Lorenzo por fin.

Lucera: Apertura en forma de tubo que se utiliza en las bodegas para conducir la uva  al descargarla.

Lucerazarcera: Agujero a modo de respiradero de la bodega.

Lucero: En cargado de la luz eléctrica del pueblo. “El tío Victoriano “El lucero”.

Luminaria: Hoguera.  

Lustre: Brillo de la piel característico del buen estado físico de una persona:” ¡Qué buen lustre tiene ese hijo! ¡Se nota que lo cuidas bien!

Lustroso: Persona que goza de buen aspecto físico.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

jueves, 15 de octubre de 2015 in

“Bueno, vale ya, dejad algo para los pájaros”







“Bueno, vale ya, dejad algo para los pájaros” 

“Parecen que dormitan, y no alcanzan
sus toscas ramas por el medio día;
y a la vista reposa en cada hoja.
Más traslucidas –perlas verderonas-,
Ya se asoman prudentes por el sueño”. (Mª Inés Guzmán, La Vid)

Aquella tarde quise recorrer terrenos, fincas, viñas, campos y, terminada la vendimia, detenerme ante ese fruto de flor tardía, que echan por segunda vez las cepas y que por ser fuera de tiempo no suele llegar a sazón. Es el racimo pequeño que dejan atrás los vendimiadores. Ese conjunto de cencerrones, de redrojos, de esos racimos que maduran más tarde porque salieron de los nietos a destiempo. Son los racimos de segunda floración. Esas uvas surgidas en los sarmientos en posición más alta que la de la vendimia normal que tradicionalmente se abandonan, no son atrapadas por el corquete y no se recogen por ser su tamaño y composición no adecuados para vino de calidad. Son uvas de escaso grado y ácidas hasta esconder su déficit madurativo. Son las uvas denominadas agraces, y en francés “verjus”. Son uvas agrupadas en racimos de segunda floración, como hijos pródigos de esos otros racimos de tinta, granados y hermosos. Esos que sobresalen entre sarmientos, color leña, envarados de los que también cuelgan todavía otros racimos hermanos. Son aquellos que se abren paso entre las hojas de la vid, a las que los ocres y los sienas del primer otoño empiezan a comer los últimos verdes del verano y la ya lejana primavera. Son aquellos que irrumpen del interior de un fondo abstracto, de claridad casi invernal, que evita el paisaje de la viña y focaliza toda la atención en el propio racimo y su breve momento de esplendor. 

Es la racima, ese simple ramillete de uva, imagen sencilla y compleja de belleza, icono de una tierra y unas gentes que apuestan el año entero a esta época crucial de la vendimia. Es un racimo de uva, racimo en cepa,  todavía sin vendimiar, como abandonado en su sencillez franciscana y en su color profanado. Es todo un símbolo, un reflejo de esas emociones propias de la contemplación de la belleza plástica de la vid. Es el reflejo de todos los colores otoñales, cuando empiezan a salir esos ocres y sienas. Es la metamorfosis cromática del año y de las distintas estaciones, que van desde el blanco y negro del invierno a la explosión de colores del otoño, tras pasar por todo el desarrollo vegetativo de la primavera y el verano.

Es la racima, esas uvas a las que hoy les falta el envero, oscurecimiento de los frutos con los días, que no se vendimian, se raciman, se recolectan más tarde, quedando como en espera cuando vuelven al silencio del viñedo, con sus brumas y sus terrones rojos y sus perdices, malvices y tordos bajo el paraguas de los pámpanos deseando hincarles el pico y esperando junto a las malvices subirse a los árboles, si ese día no va a llover, para predecirlo, aunque pocos lo entiendan. Es entonces cuando esa nube pajaril baja del cielo en búsqueda, junto a los estorninos, de esas racimas que los vendimiadores abandonaron para los humildes, las cabras y para las viudas. Son racimos pequeños, cabreros e inmaduros que alimentan a los que se alegran de que no haya que llevarse todo para hacer el vino. Es un diminuto racimo transmitiendo un no sé qué a los riojanos. Es la segunda vendimia. Es como si bajo la sierra, los guardaviñas y los desnudos sarmientos resonasen, al unísono, esas roncas y cigarreras voces de los abuelos de mis hijos: agricultores sabios.  “Bueno, vale ya, dejad algo para los pájaros”.   

Texto y fotos La Medusa. Copyright ©

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