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lunes, 21 de marzo de 2016 in

El Nazareno murciano








El Nazareno murciano

El solar de un hombre lo constituyen un paisaje, unos recuerdos y una memoria, que se construyó en la infancia a la que después se añora y se desearía retornar, o recobrar. Y mi agricultor, en este apego al retorno, hoy se reencuentra con la emoción y la ternura, con las personas y el ambiente que hace unos 56 años arropaban los ojos abiertos de un niño, ojos que empezaban a abrirse al mundo. Y ya no sige, no habla más...Que mejor cosa que, en esta Semana Santa de 2016, hablen otros y que lo hagan con este hermoso poema, tributo a los nazarenos murcianos, como lo hizo D. José Frutos Baeza y se publicó un 12 de abril de 1906 en el diario el Liberal de Murcia y en la festividad de Jueves Santo.

Morada, azul, o bermeja,
porque el color no hace al caso,
rompa o no, burle o acate
el canon indumentario,
ello es que no hay en el mundo
sayal de más rumbo y garbo
que la amplia túnica airosa
del nazareno murciano.

Recogida a la cintura
en pliegues abullonados
que oprime a modo de cíngulo
el borlado cordón blanco,
parece ropilla a usanza
medioeval, con algo arábigo
en el encaje de espuma
ligero y acicalado.

Pero el nazareno pone
mucho suyo, de su rango,
en la figura garrida
de su tipo estatutario:
en la media moteada,
como cincelada en mármol,
hace que se cruce y trepe
la roja cinta de raso
que arranca del alpargate
blanquísimo como el ampo;
deja al desgaire prendido,
del cíngulo al diestro lado
con filigranas y engarces
el artístico rosario,
la cruz de bruñida plata,
las cuentas como garbanzos,
que, al vaivén de los andares
ágiles y acompasados,
chocan y suenan acordes
como abalorios prismáticos.

La túnica abierta al pecho
descubre, entre pliegues amplios
del pecherín reluciente
bucles, rizos calados,
y de la roja corbata,
como un ababol, el lazo.

Ciñe a la encendida frente,
al viejo estilo huertano,
en rodeos espirales
el rico pañuelo charro,
con más colores que el Iris
y más seda que un damasco,
y por descubrir la cima
de su conjunto bizarro,
el capuz suelta a la espalda,
marcial, arrogante, ufano.

Nazareno por la sangre,
hace un vínculo del Paso
en donde echaron el hombro,
mas de cien antepasados,
y antes la hacienda perdiera,
a ser rico o mayorazgo,
que el anda a que va sujeto
por derecho hereditario.

Porque el nazareno sabe
que el serlo no es un regalo,
ni gracia de ningún prócer,
sino privilegio nato,
algo que nació en la fe
de sus abuelos impávidos
que la tradición sanciona
y que ha venidos a sus manos
porque mantiene su tipo
noble, robusto, gallardo,
la selección nazarena
de que es legítimo vástago.

Sabe que va donde hay hombres
de hercúleos hombros y brazos,
con pantorrillas de atleta,
membrudos como espartanos
y que a no llevar si tasa
magencia y brío en el sayo,
arrogancia en los andares,
hombría en su rostro sano,
el mismo desdén sirviera
de espuela para arrojarlo.

Yo no sé de donde viene,
ni en qué se ocupa el resto del año,
si cultiva tierras propias
o es labriego propietario;
lo que se es que oculto vive,
anónimo olvidado,
hasta que aparece, brilla
y se eclipsa como un astro.

Y al mirar con qué apostura
por el concurso ávido
cruza el Puente los frágiles
andenes abigarrados,
con la muleta blandida
que en ocasiones es báculo,
repletos los amplios senos
por los cartuchotes clásicos,
gentil el busto, esplendente,
rudo a la vez y fantástico,
me parce ver fundidos
en su tipo soberano
algo de una antigua raza
de abolengo musulmánico;
algo señorial, escrito
de aquella tez en los rasgos;
algo digno de rodelas,
broqueles, lanzas y cascos,
o de moverse entre púrpuras,
espingardas y caballos;
algo que busca un entronque
opulento y legendario,
que levanta nobles brios
entre tantos seres flácidos
y flota y brilla espléndido
varoniles entusiasmos,
en la olímpica escultura
del nazareno murciano.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

lunes, 14 de marzo de 2016 in

Las lentejas de Don Quijote









Las lentejas de Don Quijote

“Responde en buen hora, dijo don Quijote, Sancho amigo, que yo no estoy para dar migas a un gato, según traigo alborotado y trastornado el juicio”.

Quiero al inicio de la semana de Pasión, preludio de la Semana Santa, días de cortejo serio, piadoso y recogido, dedicar una entrada, que no será ni la primera ni la última, a un guiso, sencillo, sabroso, como de vigilia y que, en un lugar de la Mancha, el ingenioso Hidalgo ya disfrutaba de este plato en los días de Cuaresma. Que luego ya vendrán los aromas a inminente Pascua, en un atardecer que ya proclama la primavera, mientras la aguardan altares cuajados de flores para celebrarla y envolverla con los últimos aromas a incienso, aves y asados, después que las túnicas hayan vuelto al fondo de los armarios, porque ya nadie, o sí, usa arcas, como antaño, hasta el año que viene.  

Leer el Quijote y nada más adentrarnos en las primeras líneas ya se nos informa de la dieta que don Alonso Quijano, hidalgo manchego, seguía, puntualizando que era los viernes cuando se echaba al cuerpo ese buen plato de lentejas: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”. Supongo y deduzco que serían lentejas “viudas”, esto es, sin aditamentos cárnicos, porque los viernes, en el Siglo de Oro, eran días “de vigilia”, en los que había que abstenerse de comer carne, lo que impedía a nuestro personaje disfrutar de su modesto cocido cotidiano, “algo más vaca que carnero”.

¿Fueron aquellas lentejas viudas, que nos narra Cervantes, como aquellas que costaron a Esaú su primogenitura? En principio habrá que decir sí, porque la ley mosaica impedía e impide a los judíos comer cerdo; pero habida cuenta de que sólo se prohíbe aquello que se hace, y que Esaú es muy anterior a Moisés… vaya usted a saber. Lo que sí sabemos es que el cultivo y el consumo de las lentejas es antiquísimo, se habla de nueve mil años, y que eran parte importante de la dieta de quienes levantaron la Gran Pirámide.

Eran aquellos tiempos, fundamentalmente los días que eran de vigilias y abstinencias, como en mis tiempos de niño, en los que, por necesidad, volvíamos la vista a la mesa del pobre para inspeccionar lo que había encima de ella, topándonos con un poco, escaso, de abadejo malo, con un exiguo hilillo de vinagre aderezado; un potaje de lentejas que, por ser pocas, danzaban en el agua; pan de lo más barato que había y a la noche una ensalada, que en la compra venía picada, hecha de hojas verdes de escarola; de este modo pasábamos el viernes o vigilia, ayunando el día de precepto. 

Y yo, metido en cocina, las preparo y ligo desde hace mucho, desde que lo aprendí de mi madre, ¡ay mi madre!, con el embutido más nuestro, el chorizo. Me resulta sencillo prepararlas con el clásico sofrito de ajo, sus rodajitas de zanahoria, perfectamente troceada, cebolla y tomate y, a media cocción, que debe ser reposada, incorporo unas rodajas de buen chorizo y, si es picante de chile, mejor. Han de quedar más caldosas que secas, para comer con cuchara. Y es entonces cuando se nos mostrarán como todo un clásico de la gastronomía popular y de los menús del día. Más casero, imposible. Y, por favor, acompáñenla, si pueden, con un trago de un vino de Campo de Criptana, sabroso, elaborado con la sensibilidad que ellos saben para que responda a nuestras necesidades. Y verán cómo dejan atrás prejuicios al mostrar ese regusto amplio, equilibrado, con un punto de finura, características que le unen para siempre a las lentejas, y al chorizo, y a lo que venga.

Y si no les sirve la receta que aquí les sugiero. Ahí va este caldo de lentejas que se lee en Hernández de Maceras, cap. 5 del "Libro del arte de cozina": “Después de limpias y escogidas las lentejas, se echarán a cozer, y después que cuezan un poco, se freyrá una poca de cebolla y ajos picados, y se echará en las lentejas; y toma pan rallado y échaselo para que espessen, con quatro o seys maravedís de especias molidas, perexil e yervabuena; y quando se uvieren de echar en las escudillas, se les echará un poco de vinagre. Es buen caldo.

Y después de degustar, el que el apetito les haya solicitado, sigan leyendo el Quijote y sus cumplidos episodios relacionados con la gastronomía, que en general no resultan muy satisfactorios para el caballero andante. Su escudero, en cambio, saca la tripa de mal año en las bodas del rico Camacho, ante una olla monumental de la que “espuma” algunas aves; en cambio, en la Ínsula Barataria, el doctor Tirteafuera le impide probar los maravillosos platos que ponían delante al bueno de Sancho. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright ©

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