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miércoles, 29 de junio de 2016 in

¡Feliz descanso!





¡Feliz descanso!

“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. (Jorge Luis Borges)

Mi agricultor se retira de vacaciones por dos meses. Les promete que algunas de esas cosas que verá y contemplará durante esta época acabarán, a la vuelta, saliendo aquí. Él sabe, desde que está en el blog, que es un androide con cuota de volcar aquí una parcela de su realidad.

Mi agricultor se retira a hacer memoria que como dice Borges, “somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Es decir, somos lo que hemos vivido, somos lo que recordamos, y acaso el mejor dispositivo cerebral o del corazón para recuperar la memoria de las cosas y revivirlas, y así volver a los lugares de la infancia. Es lo que intentaré hacer en estos dos meses de ausencia, cargados de futuro. 

Mi agricultor desea comprobar si nuestros pueblos están vacíos. Y si es así, probablemente lo será, será terrible, será doloroso ver esos campos por donde corre el viento en busca de ortigas secas o de palillos sin dientes, vacíos de todo. Igualmente desea verificar y adentrarse en el olvido y en la melancolía de esos pueblos, nuestros pueblos, porque son nuestros, ¡recuérdenlo!, en los que las dovelas se caen porque no tienen otra cosa que hacer. No importa, dirán algunos, así serán el perfecto abrevadero para los poetas románticos, y que Antonio Machado inmortalizara para siempre en sus “Campos de Castilla”, 1912, sobre los que ya pesa el centenario de su publicación.

A los campos de Antonio Machado es a dónde quería llegar. Fue allí donde él nos dejó símbolos tan imperecederos como la simpleza de un camino, ese que se hace al andar y aguardar un caminante, porque al final todos los caminos nos llevarán a ese mar en el que ahora estoy y donde allí nos hemos de encontrar todos, hasta el más pintado, ligeros de equipaje.

Y ¡cómo está el campo, acabo de verlo! Está como para que lo descubran y hasta lo invadan los de la ciudad. No preocuparse, aunque los pueblos se mueran, nos queda la tierra. Está para que los recuerdos broten a borbotones. Está ya como animándome a anotar a un número indeterminado de olas, a ese viejecillo con pañuelo en la cabeza, a esa roca marina en forma de camello con la que quedo a mirar el mar. También habrá anotaciones sobre alguna ciudad polvorienta y luminosa, sobre pájaros, bares de barrio y amigos, algún amigo, escasos, pero excelentes. Anotaré charlas en torno a una partida de mus e intentaré ponerles emoción a mis anotaciones, positivas sensaciones y sentimientos, aunque sean del pasado y muchas veces estén idealizados, pero no por eso menos reales. Mi lote de realidad será como el que vuelca ese capacho lleno de uvas que volverá a ser cuando éstas hayan salido del envero y la vendimia esté a punto de sazón. Y es entonces cuando me olvidaré de todo recordando a Antonio Machado cuando escribió aquello de:  
“Nuestro español bosteza.
¿Es hambre? ¿sueño? ¿hastío?
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
El vacío es más bien en la cabeza”.

¡¡¡Felices vacaciones a todos!!! Nos volvemos a encontrar en septiembre cuando asome la vendimia. Vale.
Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright © 

miércoles, 22 de junio de 2016 in

Noche y día de arrebatos





Noche y día de arrebatos

Mañana, noche de San Juan, mi agricultor tratará de recordar esos sanjuanes de su niñez cuando todos en cuadrilla salíamos al campo en matinales neblinas, tardes rojas, doradas, esperando la fulgurante noche en llamas, deseando que los perros silenciaran en su aullar y todo fuese un traqueteo de amapolas y árboles vestidos de verano en esta mañana entre la niebla, donde la soledad del campo inyecta, a modo de vacuna preventiva, el germen de esa locura, locura quijotesca, de un idealismo masacrado, capaz de imbuirnos de un ideal de pureza de un “sueño del lirio en lontananza” que anhelaba y expresaba Machado en su poema “El loco”: 

“Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura,
va el loco hablando a gritos”.

Y que, además, esta noche de este año sea para mi una metáfora, ya digo, de lo que la magia es capaz de hacer. Noche corta y hermosa, con fuegos, canciones y poemas. ¡Alegría, estoy en la misma orilla de mi playa en mi Mar Menor!

Permitidme que yo imagine esa tarde, cuando se inicie la salida, como un prado suave que va subiendo, subiendo y ascendiendo hasta la misma noche de San Juan, que es lo más alto. Dejadme contemplar, pendiente abajo, el verano, estirándose hacia lo lejos. Y gozar con todos aquellos que tuvieron y aún tienen extrañas noches sanjuaneras, miríficas o temibles a la espera de esa magia como la que nos narra, supongo que todo el mundo se sabe la historia, el conde Arnaldos cuando iba de caza, con su halcón en la mano en una mañana de San Juan.

Iba a caballo por el borde del mar- no me cuesta nada imaginarlo en mi playa- y de pronto vio acercarse a tierra un barco maravilloso, con las velas de seda y las jarcias de lino. Y escuchar esa maravillosa romanza, canto órfico del marinero que lo lleva y que la naturaleza atiende, cantiga cancionera que sosiega las olas, posa a las gaviotas calmadas sobre la arboladura y atrae a los peces desde el fondo del agua. Y es aquí cuando el conde Arnaldos, seguramente hechizado él también por la virtud del canto, rompe a hablar. Todos conocemos el canturreo del marinero. Lo tarareó a voces: “Te lo pido por Dios, marinero, dime qué dice esa canción, ponme en el secreto del canto”. Y soñamos ver al marinero volverse hacia el conde, desde su barco, ya muy cerca de la playa, con el rostro roto en su expresión en el rostro al gritarle sin expectativa aquello de: “Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”.

De esta madrugada sanjuanera, como sabrán, ya hace al menos quinientos años. Aquí hemos de acabar esta historia, en su versión canónica. Desconocemos qué hizo el conde, qué encerraba subirse a ese barco, qué precio había que pagar por el conocimiento, si es que costaba algo. Qué haríamos cualquiera de nosotros si oyéramos una canción de maravilla, una mañana de San Juan.

¡Quién hubiese tal ventura     sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos     la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano     la caza iba a cazar,
vio venir una galera     que a tierra quiere llegar.
Las velas traía de seda, la ejercía de un cendal,
marinero que la manda     diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma, los vientos hace amainar,
los peces que andan en el hondo     arriba los hace andar,
las aves que andan volando    en el mástil las faz posar.
Allí fabló el conde Arnaldos, bien oiréis lo que dirá:
—Por Dios te ruego, marinero, dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo esta canción     sino a quien conmigo va.

¡A disfrutar! ¡Que el espíritu goce sin descuidar lo que corresponde al cuerpo! “Pan y vino andan camino, que no mozo garrido”. O, mejorado, “Con pan y vino y carne de cochino se hace bien el camino”. Seguro que el pan y el vino no faltarán en vuestro disfrute. Y una buena fiambrera y unas bien adornadas bandejas de dulces, que también de pan vive el hombre. Y no olvidarse que “hay un sueño de lirio en lontananza”. Que la salida al campo sea un éxito, que la noche apunte refulgente y el día alumbre perfecto para cumplir con el ancestral y telúrico culto al agua y sol. Vale.

 “Mañanita, mañanita
mañanita de San Juan
saca Pedro sus caballos
a la orillita del mar.
Mientras sus caballos beben
cantando estaba un cantar”. (Romance de Traspinedo (Valladolid).

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright © 

miércoles, 15 de junio de 2016 in

Tiempos de siega





Tiempos de siega
“Corra, corra segador
que le llama doña Juana.
-Buenas tardes segador.
-Buenas tardes sean dadas,
que se le ofrece señora
que tan deprisa me llama.
-Usted como segador,
segador de honra y fama,
usted como segador,
quiere segar mi senara”. (El Segador y Doña Juana; Nuevo Mester de Juglaría)

Un agricultor de mi pueblo, amigo por más señas, me acaba de sugerir una expresión para mí desconocida y que, una vez escuchada, me ha embelesado porque alude a lo que tantas veces he visto y hasta he participado en ella y que, en esta tarde de junio, me ha hecho recordar aquellos días de mi actividad agrícola y que pensaba habían ya acabado de ver y vivir hasta que mi entrañable amigo se acercó hasta mí para nombrármela: la palabra no es otra que baraño. 

Inmediatamente después de escuchada me he trasladado hasta la última edición del Diccionario de la Real Academia para enterarme de su significado y, sin sorprenderme, he descubierto que la palabreja tiene como referente esa hilera de hierba o mies recién segada y que tanto se observa estos días pos los campos de nuestros pueblos. Es decir: el bálago de toda la vida: montoncitos de hierba o cereal que el segador, la máquina segadora o cosechadora más moderna dejan en hilera, como si fuera el negativo de un surco, tras pasar con la guadaña y el corte siega, de manera casi inconsciente. 

Es así como segaban mis vecinos, lo hacían con guadaña y hasta la siega tenía ritmo acompasado mientras sonaba ese tras, tras, tras…que deja tras de sí la estela verde en hilera. y hasta se hacía entrañable y sensorial con ese olor que el trigal recién segado en la tarde, perfumaba. Mientras los insectos, diminutos, brillaban en el último rayo cuando el contraluz de la siega aparecía y lo hacía no de cualquier manera, sino en línea recta, como queriendo enseñar el orden de la Naturaleza que las personas del campo, muy metódicas para la tierra, y hacen renglones al dejar al aire la base del tallo recién segado, más clara porque la luz del sol no lo alcanzaba, y las cosas que no se iluminan se apagan, se trasparentan como la palabra que nadie nombra, o se tornan blanquecinas como un visillo sobre la mirada, que ve menos cosas porque no sabe nombrarlas. A esas hileras verdes de los cereales y es que puede que no haya un ser más ordenado que el campesino, todo lo hace en líneas, cuadrículas, con cierto orden y sistema, como para no dejar a su aire a la salvaje Tierra, que siempre está como queriendo desmandarse, y así es como el agricultor pone orden, haciendo de la hierba segada, un renglón verde que huele a hierba fresca.

Y el baraño, como queriendo participar del festín, y como si quisiera irse por las ramas, o columpiarse con las cañas que dejaron de moverse con el viento, comenzó a cubrirse con el avanzar despacio por las babosas de la siega ya fuesen limacos o caracoles del bálago. Cuando el tiempo viene seco como el de los últimos días, los he visto recorrer los rastrojos, quedarse quietos, encaramarse por las cañas del rastrojal y llenar de grises las mieses recién cortadas.
  
Hay tardes de junio como las de los tiempos de siega que hacen que merezca la pena haber vivido un invierno. Cantan los grillos mientras las tórtolas están posadas en los cables del teléfono sostenidos aun por postes. Suena en el trigal, todavía por segar e incluso ya segado, una codorniz recién salvada del corte de la máquina segadora. Trabajan mis vecinos sus huertas, sacan las primeras patatas frescas que fueron sembradas en los últimos días de febrero. Las piaras, recién salidas del esquileo, descansan su modorra a las sombras de los sauces. Un chochín, próximo a una acequia,  se cierne frente al espino donde esconde su nido. Es junio, sigue siendo de día, cuando ya es de noche, y una línea naranja, bajo el azul marino, alumbra el horizonte. Y tú y yo entre nuestras cosas, esperando que tanta luz nos deje en blanco. Pronto dejaremos la pluma en posición de descanso esperando al otoño para escribir palabras que sueñen un texto que sea como el vaho que vuela desde la hierba cuando sale el sol por la mañana. Vale.

Texto y fotos La Medusa Paca. Copyright © 

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