Sentimientos: paseando por tierras gravaleñas
Sentimientos de tierras y caminos gravaleños
Hoy recuerdo como los campesinos se
pasaban la vida mirando al cielo y como sentían que la cosecha, la ruina y la
penuria llegaba a depender del tiempo. Y compruebo como ahora ya casi nadie se pone a
mirar el cielo ni a contemplar una puesta de sol. Antes, los mayores, se acordaban
del nombre de las nubes. Recapitulo que, ahora, pocos son capaces de distinguir
un estrato de un cirro o de un cúmulo-nimbo. Aquí estoy, echando de menos el
salón prodigioso del campo al finalizar el invierno. Y es por eso por lo que hoy,
día de san Isidro de 2017, escribo en memoria de mis campesinos.
Son, ¡ay!, tardes de mayo que
hacen que merezca la pena haber vivido un invierno.
“Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río”.
Cantan los grillos mientras las tórtolas están posadas en
los cables del teléfono. Suena en el trigal, todavía muy verde, una codorniz, recién
llegada. Trabajan los campesinos sus huertas, sachan las patatas, que ya han asomado
las hojas, después vendrán las flores blancas. El ganado está tumbado al sol,
se sienten igual que los caballos cuando son felices. Un chochín se cierne
frente al laurel donde se esconde su nido, esférico como el mundo, cubierto de
musgos. En mayo sigue siendo de día, cuando ya es de noche, y, una línea naranja,
bajo el azul marino, alumbra el horizonte. Hacemos mil cosas. Plantamos,
pintamos, escribimos, cosemos. Pero tanta luz me deja en blanco. Espero a otras
estaciones para escribir palabras que sueñen un texto que sea como el vaho que
vuela desde la hierba cuando sale el sol por la mañana.
“La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece”.
Toda la tierra, entre las piedras, está florecida:
cantuesos, retamas, escobas, jaras, amapolas, aulagas. Baja un arroyo con
fuerza, agua blanca, entre fresnos y avellanos que verdean. Más arriba, negros
viñedos en terrazas de piedra y un señor que me vigila apoyado en su azada. Más
arriba, laderas cubiertas por encinas melojares de un verde tierno, sonrosado.
Más arriba, enormes peñas grises entre unas nubes ligeras como la niebla agarradas
a ellas.
“Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?”
Cae un chaparrón con las notas del cuco entre la lluvia.
Oigo de cerca lo que veo de lejos. Las ovejas, sus esquilas, ¡ay mi piara!
Espero a que escampe mirando las flores cabizbajas de esas borrajas del huerto
del abuelo, con azul asombroso. Echo a andar. Campos de olivos rodeados de
piedras cubiertas de musgo dificultan mi paseo. A sus pies el ramón grisáceo
que llevan las cigüeñas a lo alto del campanario para reforzar el nido marzal.
Sale, recién lavado, el sol y brillan, entre los almendros, unas flores malvas
que me parecen lavándulas. A mí siempre me enseñaron a llamarlas espliego. Vale.
“Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
-la tarde cayendo está-”.
Versos
Antonio Machado. Texto y fotografías La Medusa Paca. Copyright ©
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